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Las buenas personas se alegran cuando los monstruos del mal son podados, y decenas de miles de estadounidenses se lanzaron a las calles para celebrar la muerte de Osama bin Laden

Por fin se hace justicia

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De la Casa Blanca a la Zona Cero, de Boston Common a la Little Havana de Miami, las escenas de júbilo fueron espontáneas, sentidas y rebosantes de orgullo estadounidense. "Amamos la muerte", dijo bin Laden en una ocasión a un periodista. "Estados Unidos ama la vida. Ésa es la gran diferencia entre nosotros".




Los estadounidenses recibieron con satisfacción la muerte de Bin Laden.

Jeff Jacoby / Boston Globe

Estaba en lo cierto. Pero hay ciertas muertes que hasta América ama, y la muerte de un cerebro de al-Qaeda que asesinó a tantos inocentes es una de ellas. Por el baño de sangre del 11 de Septiembre, por los cientos masacrados en los atentados de las embajadas de Kenia y Tanzania, por los fallecidos en el atentado contra el USS Cole -- por toda la violencia y la carnicería gratuitas que cometió contra hombres, mujeres y niños que no habían hecho nada para merecerla -- el momento de ajustar cuentas con bin Laden era esperado desde hacía tiempo. Pero llegó por fin. Ahora el architerrorista está en el infierno, y los estadounidenses están contentos con razón. "El hijo de puta está muerto. Ding dong", anuncia exultante el New York Post en un editorial. Puede no ser la formulación más refinada, pero desde luego plasma la satisfacción del país.

La vida política de este país se desarrolla con frecuencia como una lucha entre los que defienden la libertad y los que luchan por la igualdad. Pero los momentos así nos recuerdan que una virtud mayor que cualquiera de las dos cosas es la justicia. En su intervención a la nación la pasada noche, en el Presidente Obama hacía hincapié en que la muerte de bin Laden se traduce en que se ha visto recompensada "la búsqueda de justicia" -- que "se ha hecho justicia". Con conocimiento o sin él, estaba plasmando las palabras que su antecesor dirigió a una vista de las dos cámaras del Congreso sólo 9 días después de los atentados del 11 de Septiembre. "Tanto si llevamos a nuestros enemigos a la justicia como si llevamos la justicia a nuestros enemigos", decía George W. Bush en aquella ocasión, "se hará justicia". Diez años más tarde, se ha hecho por fin.

La importancia política de la muerte de bin Laden va a dar a tertulianos, expertos en encuestas y políticos profesionales algo que mascar los próximos meses. La fructífera operación estadounidense llevada a cabo en Abbottabad -- la ciudad militar paquistaní donde al parecer bin Laden se escondía a plena vista -- es un regalo del cielo al presidente, y algunos partidistas ya se han apresurado a insinuar que su reelección el año que viene es una conclusión conocida de antemano.




El Regimiento de Combate 1 de los marines estadounidenses mira la televisión en Camp Dwyer, provincia de Helmand, Afganistán, mientras el Presidente Obama anuncia la muerte del líder de al-Qaeda Osama bin Laden.

El Regimiento de Combate 1 de los marines estadounidenses mira la televisión en Camp Dwyer, provincia de Helmand, Afganistán, mientras el Presidente Obama anuncia la muerte del líder de al-Qaeda Osama bin Laden.

Casi lo mismo era anunciado por George H. W. Bush tras la pronta victoria estadounidense en la Guerra del Golfo de 1991. La popularidad de Bush se disparó a un estratosférico 90%, y los rivales potenciales más fuertes del Partido Demócrata - Mario Cuomo, Al Gore, Dick Gephardt - decidían al unísono que la candidatura de 1992 no era algo por lo que luchar. Pero al final Bush sufrió una aplastante derrota, y un desconocido gobernador de Arkansas que respondía al nombre de Bill Clinton se convirtió en el presidente de los Estados Unidos. Las esperanzas de Obama son más prometedoras hoy que ayer, pero de aquí a noviembre de 2012 puede pasar cualquier cosa.

Una de las grandes ironías de la presidencia de Barack Obama es el extremo hasta el que se ha beneficiado y ha suscrito políticas y prioridades de seguridad nacional que rechazó taxativamente siendo candidato. La muerte de bin Laden sólo acentúa esa ironía. Se le dio caza, sabemos ya, con la ayuda de información de Inteligencia obtenida en Guantánamo -- la cárcel militar que Obama prometió clausurar. Conoció su final durante una operación militar emprendida por Estados Unidos en solitario y en secreto, sin consultas multilaterales y sin esperar a resoluciones de las Naciones Unidas -- exactamente la clase de unilateralismo "de vaqueros" al que se oponía la campaña Obama. Lo que dicen los candidatos cuando se postulan a un cargo público pocas veces garantiza que lo vayan a hacer una vez lo ocupan.

"Cuando la gente contempla 1 caballo fuerte y 1 caballo débil", decía la famosa frase de bin Laden, "por naturaleza preferirá el caballo fuerte". Estaba seguro de que América era el caballo débil, empobrecido de ánimo, demasiado falto de resolución para ganar frente a las fuerzas del islam radical. Se rió al conocer la noticia del colapso del World Trade Center, y presumió de que el 11 de Septiembre había tenido más éxito del esperado. Ahora bin Laden está muerto, y América es la que ríe la última.

No será el final de al-Qaeda, y mucho menos de la guerra contra el terror. Pero a estas alturas debería de estar un poco más claro quién era el caballo fuerte.

Por fin se hace justicia

Las buenas personas se alegran cuando los monstruos del mal son podados, y decenas de miles de estadounidenses se lanzaron a las calles para celebrar la muerte de Osama bin Laden
Redacción
martes, 3 de mayo de 2011, 15:59 h (CET)
De la Casa Blanca a la Zona Cero, de Boston Common a la Little Havana de Miami, las escenas de júbilo fueron espontáneas, sentidas y rebosantes de orgullo estadounidense. "Amamos la muerte", dijo bin Laden en una ocasión a un periodista. "Estados Unidos ama la vida. Ésa es la gran diferencia entre nosotros".




Los estadounidenses recibieron con satisfacción la muerte de Bin Laden.

Jeff Jacoby / Boston Globe

Estaba en lo cierto. Pero hay ciertas muertes que hasta América ama, y la muerte de un cerebro de al-Qaeda que asesinó a tantos inocentes es una de ellas. Por el baño de sangre del 11 de Septiembre, por los cientos masacrados en los atentados de las embajadas de Kenia y Tanzania, por los fallecidos en el atentado contra el USS Cole -- por toda la violencia y la carnicería gratuitas que cometió contra hombres, mujeres y niños que no habían hecho nada para merecerla -- el momento de ajustar cuentas con bin Laden era esperado desde hacía tiempo. Pero llegó por fin. Ahora el architerrorista está en el infierno, y los estadounidenses están contentos con razón. "El hijo de puta está muerto. Ding dong", anuncia exultante el New York Post en un editorial. Puede no ser la formulación más refinada, pero desde luego plasma la satisfacción del país.

La vida política de este país se desarrolla con frecuencia como una lucha entre los que defienden la libertad y los que luchan por la igualdad. Pero los momentos así nos recuerdan que una virtud mayor que cualquiera de las dos cosas es la justicia. En su intervención a la nación la pasada noche, en el Presidente Obama hacía hincapié en que la muerte de bin Laden se traduce en que se ha visto recompensada "la búsqueda de justicia" -- que "se ha hecho justicia". Con conocimiento o sin él, estaba plasmando las palabras que su antecesor dirigió a una vista de las dos cámaras del Congreso sólo 9 días después de los atentados del 11 de Septiembre. "Tanto si llevamos a nuestros enemigos a la justicia como si llevamos la justicia a nuestros enemigos", decía George W. Bush en aquella ocasión, "se hará justicia". Diez años más tarde, se ha hecho por fin.

La importancia política de la muerte de bin Laden va a dar a tertulianos, expertos en encuestas y políticos profesionales algo que mascar los próximos meses. La fructífera operación estadounidense llevada a cabo en Abbottabad -- la ciudad militar paquistaní donde al parecer bin Laden se escondía a plena vista -- es un regalo del cielo al presidente, y algunos partidistas ya se han apresurado a insinuar que su reelección el año que viene es una conclusión conocida de antemano.




El Regimiento de Combate 1 de los marines estadounidenses mira la televisión en Camp Dwyer, provincia de Helmand, Afganistán, mientras el Presidente Obama anuncia la muerte del líder de al-Qaeda Osama bin Laden.

El Regimiento de Combate 1 de los marines estadounidenses mira la televisión en Camp Dwyer, provincia de Helmand, Afganistán, mientras el Presidente Obama anuncia la muerte del líder de al-Qaeda Osama bin Laden.

Casi lo mismo era anunciado por George H. W. Bush tras la pronta victoria estadounidense en la Guerra del Golfo de 1991. La popularidad de Bush se disparó a un estratosférico 90%, y los rivales potenciales más fuertes del Partido Demócrata - Mario Cuomo, Al Gore, Dick Gephardt - decidían al unísono que la candidatura de 1992 no era algo por lo que luchar. Pero al final Bush sufrió una aplastante derrota, y un desconocido gobernador de Arkansas que respondía al nombre de Bill Clinton se convirtió en el presidente de los Estados Unidos. Las esperanzas de Obama son más prometedoras hoy que ayer, pero de aquí a noviembre de 2012 puede pasar cualquier cosa.

Una de las grandes ironías de la presidencia de Barack Obama es el extremo hasta el que se ha beneficiado y ha suscrito políticas y prioridades de seguridad nacional que rechazó taxativamente siendo candidato. La muerte de bin Laden sólo acentúa esa ironía. Se le dio caza, sabemos ya, con la ayuda de información de Inteligencia obtenida en Guantánamo -- la cárcel militar que Obama prometió clausurar. Conoció su final durante una operación militar emprendida por Estados Unidos en solitario y en secreto, sin consultas multilaterales y sin esperar a resoluciones de las Naciones Unidas -- exactamente la clase de unilateralismo "de vaqueros" al que se oponía la campaña Obama. Lo que dicen los candidatos cuando se postulan a un cargo público pocas veces garantiza que lo vayan a hacer una vez lo ocupan.

"Cuando la gente contempla 1 caballo fuerte y 1 caballo débil", decía la famosa frase de bin Laden, "por naturaleza preferirá el caballo fuerte". Estaba seguro de que América era el caballo débil, empobrecido de ánimo, demasiado falto de resolución para ganar frente a las fuerzas del islam radical. Se rió al conocer la noticia del colapso del World Trade Center, y presumió de que el 11 de Septiembre había tenido más éxito del esperado. Ahora bin Laden está muerto, y América es la que ríe la última.

No será el final de al-Qaeda, y mucho menos de la guerra contra el terror. Pero a estas alturas debería de estar un poco más claro quién era el caballo fuerte.

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